10 septiembre, 2020
Hace una década, el artista visual sumó la escultura a su repertorio. Hace 10 años, un 3 de julio, José Toledo le otorgó un nuevo matiz a su carrera visual agregando a su repertorio lo escultórico. Como estudioso y teórico de las artes, su trabajo se fundamenta desde una sólida base conceptual, basamento que redunda en trabajos materializados en el territorio de una rigurosa investigación y procesos evolucionados a partir de sus propios hallazgos. No quiere decir esto, sin embargo, que su obra necesite de un documento que la explique, ya que su estética habla por sí sola. En todo caso, es importante tomar en cuenta que toda su investigación es el referente que lo lleva al producto final: el objeto como idea conclusa. Estímulos infinitos Inquieto, incansable, disciplinado, Toledo ha transitado por una senda en la que confluyen infinidad de estímulos. Hombre de familia, sí. Es un patriarca cuyas luces han alcanzado a iluminar inclusive a sus amigos; tiene un corazón bondadoso. Como creador, ha fluido a la par de los mejores de su tiempo. En lo intelectual, ha generado ideas cuyos registros aportan a las bases teóricas e históricas de lo visual. Y, en el territorio crítico, sus manifiestos golpean con holgura la mediocridad, lo superficial y la farsa curatorial. Todo ello, con argumentos bien fundamentados. Y no es que no haya navegado por lenguajes y medios contemporáneos, virtudes que, en su conjunto, definen su personalidad creativa. “Arte, espacio y energía” surgen como respuesta “a la batalla de las formas en constante cambio, en frágil estabilidad y en continua transición hacia nuevas formas”. Punto de partida del cómo, sus piezas, son originadas por una constante trasformación que se va desvelando en cada nueva producción. También aprecia, como materia a reevaluar, elementos pertenecientes a otras realidades para otorgarles valores que los hacen pertenecer a la propuesta y no a su referencia anterior. Por ejemplo, piezas de automóviles que son colectadas no desde la chatarra sino “puestas a valer”, por la belleza intrínseca de sus formas. Esto se traduce en una nueva lectura de su significado, aprovechando la estética que esta ofrece. Ángel de la paz, Circuito de las Naciones, Ciudad de México. Su tesis sobre la “energía prisionera y energía liberada” se fundamenta en la dicotomía de lo antagónico y su paradójico complemento sostenible por energías opositoras. En el caso de Toledo, su energía liberada se expande a través de puntos de fuga que, los más imaginativos, pueden intuir hasta el infinito. Entre estas obras relucen las series de los Bosques urbanos y las Abstracciones neurológicas, entre las que destaca el monumento público en la Carretera Interamericana Acción rotaria de buena voluntad marcando la diferencia, y otras más. Con sus trabajos sobre lámina renuncia a la densidad de la masa para acercarse a lo que él denomina “el vacío entre volúmenes”. En este sentido, el artista se interesa en terceros y cuartos espacios, expandiendo idealmente su visión en atmósferas superpuestas en círculos concéntricos. Más adelante, el quinto espacio