Refracciones

Los espejos reflejan la imagen de los seres humanos.  Para algunos van más allá de mostrar apariencias.  Los asocian con la evidencia de nuestra conciencia,  la manifestación de nuestros deseos,  puertas a un mundo bizarro o trampas para el alma o el espíritu. Para otros son una especie de oráculo que responde a sus interrogantes.

Para Goethe existió otro tipo de espejo real y mucho más poderoso.  Decía que «el comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen».  Los espejos no tienen compasión de quienes se colocan delante de ellos. Muchas personas llevan una vida de apariencias. Pretenden  ser lo que no son y tener lo que no tienen. Compiten por parecer mejores que los demás. Viven en función de qué dirán y qué pensarán de ellos.

El reflejo de la imagen de la persona no es siempre el espejo del alma, dice un viejo proverbio. La contrapartida es que no solamente hay que ser bueno sino que aparentarlo. Nuestra imagen y lo que somos debe reflejar la verdad en forma integral. Dios quiere que lo que creemos se convierta en nuestro comportamiento. Nuestras acciones deben ir por delante de lo que decimos que somos y hacemos y lo que predicamos. El liderazgo, por ejemplo, es efectivo solamente si es demostrado con ejemplo. El líder que graba su imagen en sus seguidores vivirá en ellos.

El espejo más útil que puedes encontrar lo llevas dentro.  Es tu conciencia, el espejo de Dios reflejándote a ti mismo. Cuando te mires en él no lo hagas con un velo en los ojos para justificarte. Acepta tus defectos para corregirlos. Acepta tus virtudes y talentos y la responsabilidad que tienes de compartirlos. Acepta las pasiones que te oprimen para poder librarte de ellas.

Hay quien asevera que el arte hoy es el reflejo de un mundo perverso.  Lo que ha sucedido es que en la mayoría de sus manifestaciones pasó de jugar un papel crítico en nuestra sociedad a promocionar la degradación del ser humano como un estilo de vida.  Mi arte es el reflejo del mundo que tú y yo queremos para nuestros hijos.