El día en que me gradué – Por José Toledo Ordóñez – Columna Cimientos
Redactado para páginas editoriales de Prensa Libre el 10 de agosto de 1997
Desde chirís me gustaba desarmar cosas; de patojo por fin aprendí a armarlas; esto no impidió que en una de mis incursiones mecánicas provocara un tremendo incendio en el carro de mi papá. Mi pasión por los autos me llevó a participar en competencias de aceleración y circuito y luego a comenzar mi propia carrera como técnico automotriz (no sé porqué le llaman carrera; yo no tenía ninguna prisa). Pronto escalé a posiciones administrativas; el crecimiento de la empresa que manejaba me obligó a reentrenarme; decidí estudiar auditoría por las noches en la Universidad Mariano Gálvez; sin embargo, los cursos de economía me parecían muy divertidos y me cambié a esta carrera por sugerencia de mi catedrática Irma Luz Toledo Peñate; no somos parientes pero le guardo igual aprecio y respeto.
Dicen que no todo lo que está en blanco y negro es cierto; en el caso de la economía, podemos decir que ante cualquier texto en blanco hay otro en negro que se le opone; el problema es a quién creerle; las posiciones son tan disímiles que van desde el socialismo hasta el liberalismo. El primero se basa en la plena intervención del Estado, la planificación centralizada del proceso económico y la propiedad colectiva del los medios de producción; el segundo se basa en el funcionamiento del mercado y el sistema de precios como orientadores del proceso económico, la libertad de empresa y el respeto a la propiedad privada.
Me impresionó el colapso del socialismo en esos años. Las reformas de Gorvachov condujeron al abandono de las tesis marxistas leninistas, pero no dejaron sistema económico alguno a cambio. Lo que hoy existe en Rusia es un régimen que se caracteriza ya no por el racionamiento sino por el desabastecimiento. Era una potencia mundial pero militarmente hablando; a pesar de sus grandes recursos, sin el temible ejército rojo no es más que un gigantesco país subdesarrollado, con poca o ninguna influencia en la economía mundial.
Otra cosa que me impresionó fue un texto ya clásico de Fréderic Bastiat (1801-1850) sobre la compleja organización económica necesaria para el abastecimiento de las grandes metrópolis, después de un viaje a París. “La imaginación del hombre -escribió-, se perdería en un intrincado laberinto si intentara evaluar la enorme cantidad de artículos de consumo que diariamente deben vencer la barreras y entrar a París, para evitar que sus habitantes sean sorprendidos por el hambre, la rebelión y el saqueo. Si se interrumpiera el suministro, el millón de habitantes de París moriría en poco tiempo. Sin embargo, la tranquilidad de esa gente no se perturba ni siquiera por un instante ante la perspectiva de tan aterradora catástrofe, a pesar de no existir un organismo gubernamental que coordine todas las actividades relacionadas con el suministro de los bienes y servicios indispensables para su vida.”
Los procesos que hoy abastecen a la ciudad de Guatemala no son muy diferentes. Las mercancías que recibimos son producidas desde hace días o semanas por millones de personas, en distintos lugares del mundo, por su propia iniciativa y en ausencia de un plan rector; fluyen en orden y regularidad coordinadas por lo que se le llama la “mano invisible” a través de el funcionamiento de los mercados, el mecanismo de los precios y la continua manifestación de la oferta y la demanda. Pretender abastecer una metrópoli por medio de la planificación sería condenar a sus habitantes a la inanición.
Después de muchos desvelos y a pesar de la bulla de otros dos hijos que vinieron en el interin, finalmente me gradué. Ese día fue muy importante para hacer reflexiones. Quien comprende la economía -pensé-, se da cuenta de que con ella no hay qué meterse; ejercerla es indecente; por eso sigo viviendo de apretar tuercas.