Ángeles / José Toledo
José Toledo Ordóñez __el Pepo Toledo__ ha devenido una figura particular dentro del arte guatemalteco. Heredero intelectual, por circunstancia, pero también por elección propia, de personajes como Efraín Recinos, Mario Monteforte, Marco Augusto Quiroa, Luis Díaz, Roberto Cabrera o Ramón Banús, no tiene reparos en reconocerse como el “mecánico artista”. Su razón de ser ha sido, durante muchos años, una profesión que no tiene mucho que ver con lo que cómodamente llamamos arte y presumimos de entender como tal. Eso, sin embargo, está muy lejos del “artista mecánico” con lo que algunos quisieran identificarlo, acaso porque él era muy conveniente en tanto promotor cultural, antes que practicante del arte. De pronto emerge como escultor, con las mismas herramientas que empleaba, en tanto tecnólogo de la industria automotriz y economista decidido a apoyar a los artistas con los que solía compartir inquietudes y necesidades.
No se trata solamente de un juego de palabras, sino de todo un significante. Sin que lo empujen, Toledo confiesa su advocación por un arte afincado en la tradición y en las conspicuas convenciones de la estética. En un mundo de curadores, dueños de galerías y críticos de arte relacional __librados al último grito de la moda y a la angustiosa necesidad de figurar junto a los artistas a quienes ensalzan o denigran según sus peculiares evaluaciones personales__, su propuesta conceptual riñe con el afán de vender las piezas a como dé lugar y la preocupación de verse catalogado como el gran innovador, el gran iconoclasta, el gran anti-representacionista (si es que podemos permitirnos semejante término).
Una tal postura se enfrenta prontamente con quienes pretenden sostener que cualquier cosa se vale, a la vez que paradójicamente les molesta que un artista surja de un mundo inconexo y, encima, se atreva a proclamar su adhesión a paradigmas consabidos y establecidos. A todas luces, Pepo no está interesado en una revolución radical, sino en lo más propio de un artista: jugar con lo que le nace (por las razones que sean)… y allá los demás (por las razones que sean)… No es imprescindible, para nada, que estemos de acuerdo con él.
Ahora se concentra en uno de los motivos más simpáticos que los artistas siempre hemos aprovechado como pretexto para crear: un homenaje a quien admiramos como maravilloso exponente de aquello a lo que aspiramos. Es el caso de Efraín Recinos, a quien Toledo Ordóñez dedica una serie de Ángeles, tema casi inagotable a lo largo de la historia, con sus arcángeles, principados, potestades, dominaciones, tronos, virtudes, serafines y querubines. Latón, cobre y acero (escogidos justamente en complicidad con Efraín), que ostentan títulos, a cuales más arriesgados: ángel de las ideas fugitivas, ángel de la sombra del viento, de la duda, de los árboles viejos, de los sistemas caóticos, de las ideas descabelladas, de las noches de amor, de los constructores de marimbas, de los artistas que pintan como niños -por mencionar a los más provocativos.
Pepo es el geómetra que se arriesga a lo que otros han hecho ya __hartamente__ pero, por lo mismo, de lo que ya se hartaron. Es el escultor atípico, al que sus allegados pueden recomendar porque es un “artista organizado”. Por lo mismo, recibe a sus visitantes en una oficina llena de los pintores antes mencionados, además de Grajeda Mena, González Goyri, Dagoberto Vásquez, Magda Eunice, Francisco Tun… y ejemplares de los catálogos, las películas y los eventos que ha gestionado para Recinos, Gallardo, Monteforte… Pepo es el hombre-niño que habla con ilusión de una pieza suya que se exhibe en el Museo José Luis Cuevas, o en Santo Domingo del Cerro, o en el Paseo de la Sexta, o en una pequeña galería de la zona diez de la capital de Guatemala…
Así pues, Ángeles de José Toledo Ordóñez nos recuerda y nos remonta a las series que sempiternamente han fascinado a artistas de todas las disciplinas. Corelli, Haydn, Hokusai, García Lorca, Nevelson, Cunningham, Stockhausen, Spencer Tunick, las doce piezas para violonchelo solo comisionadas para celebrar a Paul Sacher…
Aquí vive Recinos, insólita y curiosamente captado por el Pepo. Unas llamas encendidas. Como son de metal, resultan impávidas, pero tocables (aun cuando en los museos le digan a uno que no puede hacer contacto con la obra de arte). Acaso algo tengan que ver los almuerzos en el restaurante La Mezquita. De repente, son los años de convivir y apoyar materialmente al maestro, no únicamente a base de darle palmaditas en la espalda a fin de aparecer en la foto que saldrá en la prensa. Latón, cobre y acero. Amarillo, rojo y plateado. Tibio, caliente y frío. José, Toledo y Ordóñez. No sé. Pepo es un enigma. Qué bueno que lo sea. Que le duela a algunos y algunas. Y que persevere por poner a Guatemala en el mapa del arte mundial. Ya lo decía alguien: ¿Dónde es ese lugar? Quisiera visitarlo, quisiera conocerlo, quisiera quererlo.
2012 Paulo Alvarado