La danza escultórica de José Toledo
Carlos López
La escultura es el género más vivo del arte, por cuanto de palpable tiene y por la cercanía que ofrece al espectador, que lo ve desde distintas perspectivas, con una mirada poliédrica. La materia, el volumen y la textura de una pieza escultórica provocan sensaciones que no se obtienen en otras artes; el esfuerzo y los medios que requiere su hechura agregan grados de dificultad en el proceso de elaboración, además de los riesgos al trabajar con la materia con que se hace y de que «la escultura no consiste en el simple labrado de la forma de una cosa, sino en el labrado de su efecto», como afirma John Ruskin. En una escultura se graba amor, pasión, poesía; el artista es capaz de insuflarle espíritu. El caso paradigmático es Pigmalión, cuya gloria-infierno narra Ovidio en su Metamorfosis.
La naturaleza también es generadora de arte. La mano del hombre interviene a veces sólo como apéndice de una creación que forma de manera mágica el tiempo, ese gran creador de obras de arte. Tal vez por eso el arte es intemporal y hasta el más antiguo es contemporáneo, de ahí su inmortalidad.
El origen del arte escultórico es antiquísimo; surgió antes que la pintura y es más perdurable que ésta. Aunque la escultura tuvo un umbral ligado a lo divino, muchas piezas también tuvieron un origen utilitario. Hace alrededor de 30 mil años, las venus paleolíticas —bautizadas como la Venus de Willendorf y la Venus de Lespugue— representaban la fertilidad, pero ya existían esculturas-herramientas diseñadas para trabajar, como las que sirvieron para elaborar estas figuras que exaltaban las formas femeninas.
América Latina es prolífica en arte escultórico; el área Mesoamericana tiene piezas monumentales creadas para estar en armonía con el Universo, más que como piezas de museo. La libertad en la creación está a tono con la libertad espacial que cada obra pide para resplandecer. En Guatemala se conservan esculturas que muestran la magnificencia de los artistas más antiguos, pioneros en este arte cósmico.
Las esculturas de José Toledo irrumpen en el espacio con una visión enraizada en la naturaleza, aunque la materia de su trabajo es la que genera el contexto urbano, su hábitat. El discurso del artista hace únicas las piezas, que en conjunto logran una narrativa vital, esperanzadora. Esculturas peligrosas —dividida en Bestiario, Bosque Urbano, Ciudades Utópicas— es un diálogo entre la creación primigenia y la actual. La honestidad e independencia del trabajo de Toledo vienen de oír su voz interna, de reflexionar, de descifrar los misterios de la naturaleza; por eso su obra transmite energía al sacar a la superficie la luz que recogió de las profundidades del misterio creativo.
Una característica del trabajo de Toledo es que conjuga un aire lúdico con la seriedad del oficio; domina los materiales con los que trabaja, además de entenderlos, pues con ellos expresa ductilidad, soltura. «¿Por qué el arte ha de ser estático?», preguntó alguna vez Alexander Calder y Toledo coincide con él al crear un mundo que tiene vida, que sugiere movimiento; los animales parecen impulsados por el oleaje del mar, los árboles ondean sus frondas metálicas, las ciudades respiran. Su arte no busca imitar la realidad, más bien la enriquece con el ensueño creativo, con la perpetua metamorfosis de la vida que busca el juego, la transformación de alcanzar una condición y abandonarla para ir a otro carácter; quizás lo que importa es la generosidad de formas donde es posible la mudanza de lo anfibio a lo terreno, al fuego; encontramos casi dragones o toros, aves, los elementos conciliándose en un bestiario personal, íntimo y festivo que sin embargo no se encierra, se ofrece para el espectador. Toledo nos da silencio y gozo porque su obra invita a la contemplación, pero también al rito que implica comunidad, correspondencia. El bosque metálico abre y cierra su misterio, los árboles transforman el viento y lo purifican.
Las esculturas de Toledo dignifican el espacio, pues sus dimensiones y belleza piden aire, pulmones, amplitud. En su visión crítica esta obra agrega belleza al mundo; en su intento de sacudir al espectador, otorga sensualidad, goces. La obra contagia energía, una vitalidad que en términos literarios hace pensar en Walt Whitman, una voz potente que revitaliza lo cotidiano y lo colma de arrojo. Aquí aparece la utopía; Toledo enfrenta su talento con brío y fe; el artista enriquece el orbe que lo rodea, observa y crea formas que son universos, ideas, visiones.
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